Los Cazafantasmas de Arriba Perú (serie x 4)
Premio Hombres Trabajadores
Anthony Ramírez Niño de Guzmán
PERÚ
“¡Arriba Perú!” es un grito popular entre los hinchas de la selección de fútbol del país latinoamericano, pero también el nombre de uno de los asentamientos humanos de San Juan de Lurigancho, el distrito más poblado de Lima y la zona donde se reportan más enfermos por COVID-19 en toda la ciudad.
Ubicado en las faldas de los cerros de arena, los habitantes de este extremo de la capital sobreviven a la cuarentena entre la pobreza por la falta de ingresos económicos y la disciplina que fomenta un grupo de diez amigos que crecieron juntos, que ha reemplazado el fútbol de los domingos por largas jornadas de limpieza.
Ellos solían reunirse alrededor de una pelota en una cancha deportiva, a merced del sol. Ahora “sudan la camiseta” en las mismas condiciones, pero concientizando y ayudando a la gente a luchar contra la pandemia.
Héctor: Empecé esto porque mi hermana tiene asma y sabía que ninguna autoridad iba a venir aquí para limpiar nuestras calles, Mi familia estaba asustada, pero esta era una forma de ayudar y también de traer algo de comida a casa. Entendió que no todos los vecinos estaban dispuestos o no podían desinfectar las calles.
Él invirtió sus modestos ahorros en una máquina y una docena de equipos de protección. Los amigos, con quienes jugaba fútbol los Domingos, se unirían a él en esta arriesgada misión. Pronto fueron llamados «cazafantasmas”.
Todo comenzó tocando puertas, repartiendo volantes, informando boca a boca sobre el uso de mascarillas y luego, limpiando veredas. Se le sumó Carpio, dirigente, Yolvi, padre de cuatro niños, y mototaxista. Luego llegó Rocky, un exmilitar que intentó ingresar a la reserva para patrullar las calles porque lo único con lo que sueña es servir a la patria. Y así, poco a poco se completó el equipo.
Entre máquinas, mangueras, trajes, mascarillas, guantes, y luego de elevar oraciones al cielo, todos suben a una camioneta para desinfectar las calles de “Arriba Perú”. Son figuras en la cancha y dominan con fortaleza sus miedos en beneficio de otros.
De casa en casa y lejía en mano, limpian todo a su paso mientras por los parlantes del vehículo que los transporta suena la canción “ The ghostbusters”,la famosa canción de la película de los 80. ¿La recompensa? La satisfacción de la gente, la sonrisa sincera de aquellas personas que por la edad no pueden ni maniobrar una escoba y la voluntad de los más generosos transformada en unas cuantas monedas.
A las diez de la noche y en pleno toque de queda, recién se dan una pausa. Hay gaseosa para refrescar la garganta y un par de bizcochos para engañar el estómago. Recuperadas las energías y el aliento, nuevamente se disponen a continuar con la faena. Hay vecinos que esperan y toca jugar la otra mitad del compromiso, que a diferencia de un partido de fútbol, supera largamente los 90 minutos.