Nicolás Monteverde Bustamante - Donde los peces nacen PERÚ 1

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Nicolás Monteverde Bustamante - Donde los peces nacen PERÚ 5

Donde los peces nacen (serie x 5)

Seleccionado Trabajo Rural en Colombia

Nicolás Monteverde Bustamante

PERÚ


1. Idalino Valerio es un joven de 19 años que anda en busca de su lugar en el mundo. Idalino solía tener novia hasta la llegada de la pandemia, comenta un poco sonrojado. Es parte de la comunidad indígena Tikuna en el pequeño poblado de Santa Teresita, a casi una hora en río desde Puerto Nariño, en el Amazonas colombiano.

Hace poco se unió al Comité de Vigías Comunitarios del Lago Tarapoto. El joven Tikuna cuenta con orgullo que lo hizo para aprender. Para él, ser un vigía del lago significa cuidarlo, cuidar a los peces, y asegurarse de que los otros pescadores de su comunidad no empleen herramientas que podrían dañar al ecosistema. Para Idalino, un lago sin vigías sería eventualmente presa de acciones irresponsables por parte de otros pescadores, como, por ejemplo, el uso de veneno para capturar pescado. Ello, a su vez, derivaría inevitablemente en un lago sin vida.

De día, el joven Tikuna supervisa botes de pescadores artesanales, pesa pescados, y aprende todo lo que puede de la vida en el Amazonas. De noche, sueña con ser ingeniero: “para llevar luz a otros poblados de la Amazonía”.

Idalino está parado sobre “La Balsa”: una cabaña que flota en la entrada del lago Tarapoto, desde donde se coordinan las labores de vigilancia del Comité y  que además sirve como hogar temporal para los vigías de turno.

En segundo plano, los tres vigías adultos mayores en turno: Tito, Eliécer y Royiero, sentados en la mesa instalada sobre la terraza de la cabaña.


2. Don Tito suelta el pez, la comunidad Ticoya suelta a la naturaleza para que pueda regenerarse y mantener su existencia; para no alterar el ciclo vital que sostiene a la Amazonía y su belleza inherente.

Es un pez ‘cucha’ atrapado en una red de pesca intervenida. Parte vital del trabajo de los guardias es monitorear a los pescadores, así como a las redes que dejan atrás:  se aseguran de que su ancho y su altura no excedan los límites establecidos por el Resguardo, que el tamaño del ojo de la red sea lo suficientemente grande como para dejar pasar a los peces más pequeños (y permitir que estos se reproduzcan antes de ser eventualmente consumidos), entre otras regulaciones.

A diferencia de otras partes de la Amazonía, en el lago Tarapoto abundan los pepeaderos mientras la pesca está controlada. Por ello, peces como el pirarucú (Arapaima gigas), aunque aún amenazados, pueden sobrevivir en este ecosistema. Debido a la todavía persistente amenaza al pirarucú, se prohibió temporalmente la pesca de esta especie entre el 2008 y el 2014. Desde 2015 puede pescarse de manera controlada, excepto entre la veda que empieza anualmente el 1 de noviembre, y termina el 31 de enero del año siguiente (temporada necesaria para que la especie se reproduzca). La veda está acordada tanto para los pescadores de Colombia como para los de Perú y Brasil.

A su vez, las enormes diversidades de peces atraen a otras especies de animales que se alimentan de ellos. Los delfines de agua dulce o bufeos, incluidos los delfines rosados, son ejemplo de ello, junto con esporádicos manatíes, estos últimos más difíciles de avistar.

3. Los vigías del Resguardo Ticoya supervisan que los pescados cumplan los tamaños mínimos requeridos por los acuerdos de las comunidades en Puerto Nariño. Un pez muy pequeño no ha tenido tiempo suficiente para reproducirse, y por tanto consumirlo sería hacerle daño al ecosistema del lago Tarapoto, y en consecuencia a toda la Amazonía.

A diferencia de otras luchas indígenas vinculadas a la protección del medio ambiente, en esta lucha los guardias no se enfrentan a poderosas empresas transnacionales, y organizaciones criminales que deforestan los bosques para abrirle paso al narcotráfico o el extractivismo ilegal. No, en el lago Tarapoto los vigías indígenas deben vigilar a otros indígenas. La comunidad se supervisa a sí misma para abstenerse de cometer excesos en un hábitat de vital importancia para la propia subsistencia.

4. Aunque los vigías tienen el compromiso de quedarse una semana dentro de la balsa, la primera visita de Idalino como vigía duró dos semanas. Con un semblante relajado y alegre, Idalino comentaba con emoción que gracias a esas dos semanas había ampliado mucho sus conocimientos sobre la vida en la naturaleza, y sobre cómo procurar su protección.

Pero ¿cómo se animó este joven a participar de tan sacrificada labor? ¿Cómo se convenció de unirse a la vigilancia indígena a sus 19 años de edad? Fue por su padre, otro guardia Tikuna quien le sugirió la idea de entrar a la balsa para que conozca sobre aquel mundo.

5. Hacia el final del crepúsculo los vigías Royiero y Tito encienden un par de velas mientras conversan en voz baja y tono relajado. A lo lejos, bajo el cielo parcialmente despejado, la colosal nube cumulonimbos se asoma por el horizonte desde el sur.

A pocos minutos de la caída de la noche empiezan los primeros rugidos de la tormenta. La cortina de aguacero se cierne sobre el endeble techo a doble agua de la cabaña, mientras la antes firme luz de la luna llena es eclipsada por la niebla que la opaca. Las cucarachas voladoras que miden una mano, las arañas invisibles en la oscuridad, y los zancudos zumbadores sólo perceptibles al oído, se mueven asustados hacia la terraza, el techo, y las habitaciones.

Los vigías, resignados, se retiran a sus piezas, donde se envolverán dentro de capullos blancos de tela para aislarse de los molestos artrópodos amazónicos. La lluvia termina solo antes de que se sienta, a lo lejos, la inminencia de la próxima.


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